
Juan El Extenso
Historiador amigoConvidado por Tinta Deportivo, Juan El Extenso nos trae su visión de los hechos más importantes en la vida de la ciudad que será sede de los Juegos Olímpicos
“El viejo París ya no existe (la forma de una ciudad cambia más rápido, ¡ay! que el corazón de un mortal).”, Charles Baudelaire.
Como si quien escribe no tuviera nada mejor que hacer, el autor de este blog le ha encargado una tarea absurda: resumir la historia de París en una nota. El interés le surgió por que la capital de los franceses será la sede de los Juegos Olímpicos. El fuego olímpico iluminará a la “Ciudad Luz” ¿Cómo se hace para contar en escuetas líneas la trayectoria de una urbe que de más de 2.000 años? Faltarán caracteres para recorrer los hitos de un lugar que gobernaron celtas, galos, romanos, franceses, ingleses y alemanes. Sus calles fueron recorridas por Julio César, Luis XIV, Napoleón y…En fin, no es momento de perderse en estas digresiones. Vayamos al grano.
Esta París del siglo XXI está muy lejos de aquella que fundaron los Parisi (de ahí su nombre) en el siglo III antes de cristo. La historia oficial dice que está tribu celta se asentó en una Isla en el medio del río Sena y empezó la construcción de una ciudad. Estuvieron tranquilos allí, hasta que los romanos empezaron a construir su imperio.
De la mano de Julio César, los romanos hicieron lo suyo: vinieron, vieron y conquistaron. La región pasó a llamarse la Galia y la ciudad Lutecia. Habían pasado 200 años de su fundación.
Como se sabe, todos los imperios caen. El de los romanos duró bastante, pero en el siglo III d.C. se empezó a desarmar. Mientras esto sucedía, un grupo de tribus “bárbaras” del centro de Europa unió fuerzas para defenderse de la amenaza de Atila el Huno. De estas alianzas surgirían los Francos. Escapando del “Azote del diablo”, se asentaron en la zona. Para los desprevenidos, por los Francos es que hoy conocemos a esa zona como Francia (En aquellos tiempos se denominaba Frankia).
De la mano de los Francos, Lutecia volvió a ser París en el siglo IV y en el año 508, Un tal Clodoveo ubicó allí la capital del reino. Unos doscientos años más tarde llegaría el más famoso de los líderes Francos: Carlomagno. Resumiendo, al tipo le gustaba darse de espadazos con los musulmanes y los tuvo de hijos durante un buen tiempo. A la iglesia católica le cayó muy bien que impidiera que los seguidores de Mahoma se pasearan por Europa así que lo coronaron el primer emperador del Sacro Imperio Romano.
Alrededor del año 850, la ciudad empezó crecer y se volvió un objeto codiciado para el nuevo enemigo de los pueblos cristianos de Europa: los vikingos. Hay datos de dos grandes invasiones a la ciudad por parte de los escandinavos, ambos resistidos por los parisinos. Uno de ellos se puede ver en la serie Vikingos, aunque se tomaron algunas licencias. No está claro que haya sido Ragnar el que la invadió. Algunos textos que indican que Carlos El Calvo, rey francés, casó a su hija con uno de los invasores, Rollo, y le otorgó una porción de territorio, dando origen a lo que hoy se conoce como Normandía. Por otro lado, la ciudad es mostrada como si fuera una isla de fantasía al estilo Gondolín y para esa época, París ya había cruzado el Sena. Ah, sí, Tampoco hay registros de ese rodillo triturapersonas.
Un detalle interesante es que en 1257 se fundó la Universidad de La Sorbona en un sector que luego sería conocido como el barrio Latino. Como se darán cuenta los lectores, su nombre no tiene nada que ver con que allí se establecieran grandes artistas de Latinoamérica. La denominación surge a que en la universidad confluían estudiantes de muchas regiones y para comunicarse usaban una de las pocas lenguas comunes que había en ese tiempo en Europa: el latín.
Hubo momentos en los que no fue tan lindo vivir en París, por ejemplo, entre el siglo XIV y el XV. La guerra de los Cien años con Inglaterra y la Peste Negra le quitaron un poco de su confort habitual.
El manejo que los parisinos hicieron de la enfermedad no fue la mejor. Eran personas más de fe que de ciencia. Culparon de la epidemia a judíos y gatos. A los primeros porque no eran cristianos y a los felinos porque los asociaban con el diablo. En esto último le pifiaron feo, ya que, al masacrar a los pobres mininos, alteraron la cadena alimenticia. No había quien se comiera a las ratas, grandes transmisoras de enfermedades. Los roedores andaban a sus anchas. Además, como se estaban quedando sin espacio para enterrar gente (este sería un problema recurrente para los parisinos), no tuvieron mejor idea que arrojar cadáveres al río, que era su fuente de agua potable. No hace falta explicar las consecuencias de esa decisión.
La sangre y la muerte se encontraron repetidas veces en París. En el siglo XVI, Martín Lutero escribió su nombre en la historia desatando el conflicto entre católicos y protestantes. En Francia, este conflicto llevó a una guerra civil. En ese contexto, en la capital se produciría una de las matanzas más paradigmáticas de la época: la Masacre de la noche de San Bartolomé. Se dice que, ante el temor de una revuelta Protestante, el rey Carlos IX (algunos señalan también a su madre Catalina de Médici) ordenó asesinar a los cabecillas de los Hugonotes (partido protestante), pero la cuestión se fue de las manos y murieron cerca de 3.000 personas.
En 1786 comenzaría la formación de uno de los símbolos más morbosos de la ciudad. La acumulación de cadáveres hizo que los cementerios de la ciudad se llenarán. La tierra escupía los cadáveres cual película de terror. Los parisinos algo habían aprendido de la Peste y no querían volver a saber nada con muertos al aire libre. La solución fue utilizar las viejas canteras romanas que estaban en el subsuelo de la ciudad para mover algunos de los restos antiguos hacia allí. Así nacieron las famosas catacumbas, una necrópolis sobre la que se asienta todo el glamour de nuestro tiempo.
Luis XIV decidió mudar su corte y ordenó la opulenta renovación del Palacio de Versalles. Desde ese momento, los reyes franceses vivirían allí hasta el final de la monarquía. París perdió así su calidad de residencia real.
Mientras los monarcas se daban todos los gustos encerrados en la belleza de Versalles, en París el caldo se ponía espeso. La crisis francesa de finales del siglo XVIII decantaría en la archifamosa Revolución Francesa. París fue testigo de las decapitaciones más famosas de la historia: las de Luis XVI y María Antonieta.
La Revolución Francesa y las ideas de la Ilustración que la acompañaban, le dieron a París el aura de “Ciudad Luz” con la que se la asocia en la actualidad (También fue la primera en tener un sistema de iluminación artificial, pero esa explicación no tiene tanta épica). Esa rica historia artística y cultural que estallaría sobre finales del siglo XIX y principios del XX, sobreviviría incluso a las dos guerras mundiales y a la presencia de los nazis (dicen que Hitler dio la orden de quemarla antes de perderla contra los aliados y que el gobernador militar alemán Dietrich von Choltitz lo desobedeció, aunque la documentación no es clara sobre este tema). Ese halo sería reflotado en las décadas de 1960 y 1970, con distintos movimientos sociales.
París se convertirá en sede de los Juegos Olímpicos Modernos por tercera vez. Capital del país en el que nació su creador, Pierre de Coubertin. Inauguró el siglo XX en 1900 y repitió hace 1924. La historia de esos Juegos se la dejo al autor de este blog, el deporte no es lo mío. En esos cien años París fue tomada por los nazis y testigo privilegiada de las ilusiones de la izquierda en el “Mayo Francés”. Hoy, fiel a esa historia, sigue tensionada entre la derecha y la izquierda.
Autor: Juan el extenso, bebedor y sabedor de cosas
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