
Los dragones de los montes Cámbricos
Si hay un país en el que el rugby es algo más que rugby, ese es en Gales. La ovalada es la herramienta principal para vengarse de los invasores ingleses
Dice un refrán popular que los ingleses juegan al rugby por que lo inventaron, mientras que escoceses, galeses e irlandeses lo hacen para ganarle a Inglaterra. De eso se trata esta zaga que venimos desarrollando en Tinta Deportiva. Esa rivalidad encuentra su zenit en el Seis Naciones que este fin de semana tendrá su tercera fecha.
En Cardiff, Gales recibirá a Inglaterra buscando recordarle aquello que Phil Bennet, capitán del equipo del Dragón en la década de 1970, soltó en una arenga previa. “Miren lo que estos bastardos ingleses le han hecho a Gales. Han tomado nuestro carbón, nuestro acero y nuestra agua ¿Qué nos han dado? Absolutamente nada. Hemos sido explotados, violados, controlados y castigados por ellos. Esa es la gente contra la que vamos a jugar esta tarde”, manifestó el apertura fallecido el año pasado. Sus palabras, aunque duras, tienen mucho de verdad.
Si con Escocia, los ingleses tuvieron idas y vueltas, con Gales solo fueron idas. Desde que Gwynedd -último reino galés- cayó a manos de Eduardo I el Zanquilargo en 1282, los territorios detrás de los montes cámbricos y su población han sido súbditos de la corona inglesa. La sumisión no fue solo económica, sino también cultural. Los herederos de Llywelyn el Grande han visto como se llevaban puesta su lengua y su religión. Como será que, el príncipe de Gales, no es galés, ese título lo posee el heredero al trono inglés.
Por es que cada vez que se encuentran en el campo de juego, los galeses ven la oportunidad de cobrarse una de las tantas que les hicieron sus vecinos. De hecho, un ex funcionario del rugby inglés alguna vez ironizó: “Está claro que la relación entre el galés y el inglés se basa en la confianza y en la comprensión. Ellos no confían en nosotros y nosotros no los comprendemos”.
Está tensión tiene raíces profundas. Los montes cámbricos actuaron como una especie de fortaleza natural para los reinos bretones que se formaron tras la retirada de los romanos de las islas británicas. La invasión anglosajona no se sintió tanto en el suroeste de la isla, el actual Gales. Para acentuar esta separación, el rey anglo de Mercia, Offa, construyó una muralla en el siglo VIII para evitar invasiones. Esto hizo que los gérmenes de las culturas galesas e inglesas se fueran separando.
Mientras los anglosajones estaban ocupados dándole forma a Inglaterra, los celtas y los bretones conformaron una diversidad de reinos que lograron mantenerse al margen de esas movidas. Al igual que sus vecinos, sufrieron las invasiones vikingas y las resistieron.
De todos los reinos que se formaron, Gwynedd fue el que llegó a tener más poderío. Sus líderes se convirtieron en referentes de la cultura galesa. De hecho, el título de “Príncipe de Gales” lo inauguró uno de sus caudillos. En 1217, el ya mencionado Llywelyn el Grande consiguió reunir bajo su ala a todos sus compatriotas. Pero esto no duró mucho. Las grandas peleas internas entre estos territorios fueron una de las razones por las que después caerían en manos del invasor inglés.
En 1282, Eduardo el Zanquilargo derrotó a los últimos señores galeses y dos años después, se estableció el Estatuto de Rhuddlan. Los territorios al oeste de los montes Cámbricos pasaron a ser parte de Inglaterra y el heredero al trono, obtuvo el título de Príncipe de Gales.
Este temita del príncipe tiene su impacto en el rugby. Como todo lo inglés, los galeses debieron incorporar la disciplina y lo hicieron con gusto. A finales del Siglo XIX, cuando ya se disputaba el Seis Naciones, hubo que buscar un símbolo para el equipo. Como muestra de lealtad al Reino Unido (o de chupamedismo) la Unión Galesa decidió que la selección adoptara como escudo el que utiliza el Príncipe de Gales. Esto es, las tres plumas, acompañadas de la frase Ich dien, que en alemán quiere decir: “Yo sirvo”. La historia de porqué un príncipe inglés utiliza palabras en alemán, tiene dos orígenes: una mítico y otro hereditario. El primero que lo utilizó fue Eduardo de Woodstock (luego se convertiría en Eduardo III de Inglaterra). El relato más noble dice que lo tomó del rey Juan de Bohemia, muerto en la batalla de Crecy, combatiendo contra los ingleses. Dicen que Eduardito quiso brindarle un homenaje a su rival caído. La otra versión, menos adornada, cuenta que lo adoptó para los tiempos de paz (y para los torneos) como herencia de su madre, Philippa de Hainault, cuya familia usaba un avestruz como símbolo.
Más allá de toda esta historia, a los galeses no les hace gracia que, una de las expresiones materiales más potentes de su cultura -la selección de rugby- utilice símbolos ingleses. Ellos preferirían los narcisos (su flor nacional) o el puerro, planta que remora un triunfo contra los sajones en una batalla del siglo VI. Se cuenta que, para no confundirse a la hora de dar de espadazos, los galeses se colgaron puerros en la ropa. Otro de sus símbolos es el dragón rojo, que surge de una leyenda sobre dos de estas bestias mitológicas.
El rugby es el campo en el que Gales busca siempre su revancha y lo consigue bastante a menudo. Es el segundo equipo con más títulos del Seis Naciones. Tiene 28, uno menos que Inglaterra.
El último gran gusto que se dieron los del Puerro ante los de la Rosa, fue en el mundial 2015. Inglaterra organizaba el mundial y llegaba como uno de los candidatos a pelear el título con los seleccionados del hemisferio sur, pero en la segunda fecha de la fase de grupos, el dragón metió la cola. De la mano de un gran Dan Biggar, Gales derrotó a los defensores de la Reina Isabel II y los dejó afuera en primera ronda. Dicen que en Cardiff la noche se hizo eterna y hasta vieron un dragón rojo quemándole las plumas a un avestruz.
Juan el Extenso, redactor de tratados incumplidos
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